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Protagonistas

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El tío, el amigo, la guapa y el sobrino

domingo, 4 de noviembre de 2007

Camino de Alberto Ibáñez

Introducción

Comenzó como una idea de mi sobrino Nacho. Quería hacer los últimos kilómetros a Santiago de Compostela con su mujer Melania. Tanto les había hablado de mis andanzas que se abrió su curiosidad y ganas de caminar.

En principio, no me agradó demasiado ir en compañía, por el cambio que supondría respecto a otros, pero más tarde pensé que me aportaría algo que desconocía, hacerlo con la familia, y veía tanta ilusión que me terminó de decidir.

Empezamos a prepararlo y lo primero era acostumbrar a los pies y dar a conocer a ellos lo que supondrían seis o siete horas andando. Debían conocer el dolor de pies, de rodillas y en general el cansancio. Para ello fuimos a dos excursiones por la sierra de Madrid.



La primera fue especialmente dura, por su longitud y por los desniveles. Si eran capaces de pasar un recorrido de alta montaña, no tendrían problemas en sobrellevar algo menor.

Se apuntó a la excursión Alberto, amigo de Nacho y Melania, ya le conocía de otras excursiones.

La marcha consistió en ir desde el aparcamiento de la Fuenfría a Siete Picos por la ruta directa y después llegar a Navacerrada. La vuelta se realizaría por el Schmit. Calculé que si el cansancio era grande acortarlo por la carretera de la República, o por la ruta de los alevines o volver en tren desde Navacerrada. No sabía hasta donde podrían llegar.

Pese al esfuerzo la que más me preocupaba consiguió subir con cierta soltura y posteriormente bajar sin demasiados problemas, igual que los otros dos. Tuvieron agujetas al día siguiente pero demostraron suficiente capacidad de sufrimiento.

De todas formas hicimos una segunda prueba, para mi más suave, pero que tuvieron consecuencias más fuertes que la anterior. El paseo fue desde la estación de tren de Cercedilla al Espinal pasando por Marichiva.

La cosa comenzó con tranquilidad pasando por la calzada romana, pero la subida, aunque más corta que la de la excursión anterior. Calentó las piernas. Lo peor vino después de Marichiva, donde se inicio la bajada larga y pronunciada en ocasiones. A las cinco de la tarde llegamos al Espinar con dolores de rodilla por parte de Nacho y molestias en los pies de Melania, había estrenado las botas.

Ella se recuperó perfectamente pero Nacho tuvo molestias hasta la misma semana de partida. Este periodo sufrió algún que otro mal (dolor de muelas, ...). Un asco, le dolía por todos sitio. De todas formas nada fue tan grave como para que pensara en dejarlo.



Prepararon las mochilas teniendo en consideración que Melania no debía cargar mucho peso. Así a Nacho le proporcione una mochila mayor para que cargara parte del equipaje de esta. Yo me hice cargo del saco y en alguna etapa de una bolsa de ropa. Mi mochila además llevaba ropa para tres semanas, continuaría el camino por el Primitivo.

Alberto se apuntó definitivamente, aunque en vez de salir el jueves, empezaría el viernes, haciendo sólo los últimos noventa kilómetros.

Me encargué de preparar las credenciales de los tres. Melania la puso a nombre de su madre y la mía a nombre de mi hermano Juanjo.

También compré los billetes del tren para los tres. Intenté que fueran literas pero estaba todo ocupado y tuvimos que ir sentados.

10/octubre/2007 Día de partida.

Ya tenía preparada la mochila desde el fin de semana, excepto las pequeñas cosas de última hora. Marché a trabajar como siempre a las seis y media. Hoy además de iniciar el viaje en tren tenía trabajo hasta las seis de la tarde, así que llegaría justo para echarme una pequeña siesta.



Aunque mi cabeza estaba ya en el camino en el trabajo se empeñaron en amargarme la mañana cargándome de incidencias. Bueno, pese a la presión el día pasó rápidamente y sentí la liberación cuando pisé la calle.

Marché rápidamente para casa donde después de comer algo me di un corte de pelo al cero de los que hacen época. Esto es por comodidad e higiene durante el camino, se evita cargar con champú (soy así de vago y ahorrativo de peso).

Pude dormir apenas unas hora, los nervios y el repaso del equipaje me impedían tener la tranquilidad necesaria.

A las ocho y media salía de casa con la mochila a cuestas después de haber repasado el gas, la luz, el agua y dejado el dinero de la asistenta. Era de noche cerrada y apenas había gente en la calle, algún vecino me vio y me miró extrañado por la pinta de mochilero y la reciente bola de billar que era mi cabeza.

Caminé despacio hasta Atocha sintiendo el peso de la carga, había rebajado todo lo que pude y aún así pesaba sus buenos ocho quilos, me alegraba que en la segunda parte quitaría el quilogramo del saco de Melania.



La estación estaba llena de gente que se movía en todas las direcciones, un barullo después de una calle desierta. Saqué el billete para Chamartín y rápidamente pude coger uno.

Estaba medio vacío el vagón y me pude sentar y soltar la mochila. Me sentía feliz al pensar que durante tres semanas me alejaría de la ciudad y de mi vida diaria. Sabía que lo que llevaba encima era todo con lo que podía contar en este tiempo. Esta sensación me crea la inseguridad de que se haya olvidado alguna cosa importante. Repasé si había cerrado adecuadamente la casa y donde llevaba cada una de las cosas.

Antes de darme cuenta había pasado las tres estaciones y me encontraba en destino. Eran las nueve y cuarto. Fui a la zona de largos recorridos y aproveché para tomar un café que me despejara.

Pronto llegaron cargados con sus mochilas llenas de ilusiones y dudas Melania y Nacho. Estaban también nerviosos por la andadura pero disimulaban bastante peor sus sentimientos. Me recordaron la primera vez que cogí el tren camino de Jaca. Ya van diez veces que he repetido el rito y aún sigo estando intranquilo, aún sabiendo que luego el recuerdo va a ser único.



Hablaban de lo que llevaban y de lo que no llevaban, sus pocas seguridades y sus muchas dudas. Yo sabía que la cosa no tenía por que ir mal si eran capaces de adaptarse a las pequeñas incomodidades del camino.

Llegada la hora, las diez de la noche, bajamos al andén. En esta bajada vimos a los primeros peregrinos, unos once estudiantes brasileños. Rápidamente nos montamos en el tren. Era más horrible de lo que me podía imaginar. Cuando los compré pensé que como no habíamos conseguido litera lo más apropiado era preferente, estaríamos más cómodos y con más espacio para las piernas. Inocente de mi y desastrosa RENFE. Los asientos estaban juntos y las rodillas daban en el respaldo delantero. En este tren había literas y asientos “preferentes”, y únicos. El servicio de cafetería consistía que el revisor de literas tenía una pequeña cabina con camas con un par de cajas de coca cola y agua. Además el vagón iba topado de gente. Paciencia que esto acaba de empezar y una noche se pasa de cualquier manera.



Melania y Nacho no decían nada aunque me sentía un poco de responsable. Ellos se sentaron juntos y yo en el asiento delantero, de momento sin nadie. Se me iluminó la ilusión que nadie se sentara a mi lado. Esto se acabó rápidamente.

Era la hora y el tren no partía. Preguntamos y parece que esperaba a unos viajeros que venían del Levante y que llevaba 10 minutos de retraso. Este retraso se convirtió en casi media hora y mi compañero de asiento apareció. Era un señor de unos setenta años que sólo sabía hablar de sus tendencias políticas, con una mentalidad negativa y catastrófica.

- ¡La guerra es inminente por las inquietudes soberanistas de los independentistas catalanes y vascos!
- Yo he tratado con no cuantos jerifantes de la falange y de Cristo Rey.
- Zapatero es un don nadie.
- Etc.

Intentando no oirle di cuenta del bocata que Melania, como mujer previsora, había traído para cenar. Estaba exquisito.

Me cansaba su conversación facha, así que disimuladamente fui apoyándome sobre la ventanilla como si durmiese. Terminé tapándome la cara con la cortina intentando evitar las luces del vagón, que hasta Valladolid no las redujeron.



Era imposible dormir aunque Melania y Nacho si consiguieron dormir algún ratito.

Recuerdo que en alguna de las paradas bajé a estira las piernas y a compran agua al revisor. ¡Horrible vagón y viaje!. En Valladolid la parada se alargó un poco más y mi compañero se bajó. Nacho aprovechó para dar la vuelta a mi asiento y estar de frente. Era bastante mejor, aunque el espacio fuera más escaso. Pudimos estirar las piernas. Nacho y yo nos descalzamos y entrecruzamos las piernas. Así si conseguí echar una cabezadita de hora y media.

También recuerdo que en el vagón iban el grupo de brasileños que estuvieron cantando y hablando fuerte durante las dos primeras horas, luego alguno de ellos se tumbó en el suelo del vagón. Era todo un espectáculo ver el coche.

Puntualmente llegamos a Sarriá, seis y cuarto de la mañana. Aparte de los brasileños se bajo un señor agitanado con su mochila.



Entre todos buscamos el lugar donde desayunar y poner el primer sello del camino.

Yo buscaba alguna flecha que me llevara a un lugar conocido. No había nadie a quien preguntar, así que decidimos ir por la calle que ascendía, recordé que las otras veces subí desde el llano, el ayuntamiento y el juzgado está en lo alto.

El caballero se llamaba Faustino y nos contó en muy poco tiempo toda las historia de su viaje. Iba a venir con unos amigos y estos le habían dejado colgado el día antes de partir, pero como era testarudo no se iba a quedar en tierra.

Los brasileños nos contaron que eran estudiantes en Madrid en la Universidad privada de Villaviciosa de Odón. Querían llegar antes de las dos de la tarde del domingo, que era cuanto tenían el billete de regreso desde Santiago. Me pareció muchísimo para las pintas que tenían. Había chicas y chicos, unos con mochilas enormes y otras con minúsculas. Ninguno con pinta de andarines. Mi primer pensamiento fue que estos no llegaban a Santiago andando en el tiempo establecido. Sus planes consistían en hacer treinta y tantos kilómetros diarios. (¡ya veremos! Pensé).



Cuando ibamos a mitad de la subida pregunté a un señor por protección civil. Nos guió hasta la calle principal de Sarriá. Allí vi un bar abierto que coincidía con el que comí la última vez que pasé por aquí. Me sentí ya seguro al ver la primera flecha, y no ya por mi sino por la compañía.

En frente estaba la plaza del Ayuntamiento y el cuartelillo de la policía municipal, allí nos dirigimos. Llamé con fuerza dos o tres veces, se veía la luz encendida. Cuando ya iba a desistir apareció un somnoliento Policía.

- Buenos días, perdoné por molestarle. Somos peregrinos y quisiéramos sellar.- le dije con el mayor de los respetos.

Abrió la puerta y dijo:

- Buenos días, pasar que el sello está en la oficina.



Para allá pasamos los catorce para poner el primer sello de la credencial. Estoy convencido que el pobre policía quería que selláramos y nos fuéramos cuanto antes para poder seguir durmiendo. Sellé tanto mi credencial como la de Alberto, para que así pudiera conseguir su Compostela en Santiago. El policía ni se preocupo por cuantas sellaba.

Nada más salir, ya convertidos en peregrinos, fuimos a tomar un café reparador y reconstituyente. Pero eso ya es parte del primer día de camino.

11 de octubre. Primer día de Camino.

Fuimos los primeros en entrar y era obligado el tomar algo y hacer tiempo para que amaneciera. Eran las siete menos cuarto y como mínimo quedaba una hora para que terminara de amanecer. Pedimos café y magdalenas en aquel bar donde el propietario era serio y un poco desaborío.

El establecimiento se llenó de peregrinos, todos llenos de ilusiones y dicharacheros, pese a la mala noche pasada. De los que más bulla metían estaba Faustino.

Este me hizo gracia por la sabiduría que da el desconocimiento. Alardeaba de lo necesario y de lo innecesario, aconsejaba a todo el mundo. Aunque no se atrevía a ponerse en marcha sólo.



Una vez tomado el café me equivoqué y salimos demasiado pronto. Las luces de la calle engañaban, todavía quedaba un buen rato en terminar de amanecer.

Faustino salió con nosotros y recorrimos las calles en cuesta de este pueblo que nos mostró una vista preciosa de la parte del río, como si fuera un belén.

Nos hicimos la primeras fotos. El pobre Faustino no se había dado cuenta que su cámara sólo tenía una foto en su carrete.

Llegamos hasta el cementerio y pude ver que el camino de bajada, donde desaparecían las luces, estaba demasiado oscuro como para caminar por él. No me apetecía tener algún incidente antes de empezar por falta de previsión.



Al poco de estar allí llegaron los brasileños y sin apenas parar encendieron sus linternas y se lanzaron a la oscuridad. Se les oía en la distancia junto con Faustino, que no dejaba de hablar.

Nosotros estuvimos cerca de 20 minutos esperando la luz. Se hizo pesada la espera acompañado por un frío notable.

En ese tiempo pasaron un par de peregrinos que caminaban solos, uno era alemán y otra japonesa.

Nos dieron el santo y seña.

- Buen Camino.- ambos prácticamente sin parar.

Ya con la primera luz comenzamos la bajada hacia el río, se notaba mucho la humedad y los prados en penumbra rezumaban nieblas.



Vimos los primeros carballos en la subida a Barbadelo, majestuoso bosque en las primeras horas de la mañana. Fue la primera sudada de las que nos tenía guardado el Camino.

Amaneció un día claro y luminoso. Les fui explicando momentos de mis andanzas anteriores mientras que a la altura del albergue de Barbadelo vimos otros grupo de peregrinos que de aquí partían.

Había paisajes preciosos y lugares dignos de fotos, como así hicimos.



En el kilómetro cien encontramos a un curioso personaje. Nuestro chino, aunque no era tal sino indonesio. Se reía constantemente y quiso hacerse unas fotos con nosotros, sobretodo con Melania, tonto no era. Aunque siempre con respeto y con una sonrisa permanente. Me pidió el e-mail para mandarme las fotos en diciembre que será cuando vuelva a casa.

Cuando nos íbamos le dije a Nacho:

- ¿Quieres que el chino nos recuerde todo el camino y que hable de nosotros en su país?
- ¿Cómo?

Saqué una cinta de la Virgen del Pilar con el color de la bandera española y se la regalé, explicándoselo más o menos en nuestro lamentable inglés. El buen hombre lo colgó en el arnés de su vieja mochila y nos hacía reverencias de agradecimiento.

Poco después paramos para el almuerzo, eran las diez y media y apetecía algo sólido. También teníamos ganas de sentarnos un poco.



Esta parada fue un poco antes de Ferreiro. Tomamos un trozo de empanada y un bocadillo, junto con un café con leche y una coca cola. Sentados al sol se estaba cómodo viendo pasar a diferentes peregrinos que también paraban a tomar algo.

Yo no me encontraba bien de la barriga, el día anterior había tomado algo que no me sentó bien, añadiendo a esto un viaje horrible en tren. Pero todavía aguantaba.

Cuando empezamos a tener fresco continuamos la marcha despacio, se notaba el cansancio de la noche. Nacho se empeñó en hacer un fondo de cien euros por persona y, lo más grave para mi, que yo lo llevará. No me suele gustar esa labor de tesorero, pero en este caso la acepté, eran dos contra uno.

En un pueblo anterior a Portomarín me dio un retortijón y en un chiringuito peculiar pedí permiso para ir al baño. Lo regentaba un alemán que me dirigió a su cochambrosa casa que estaba arreglándola para llegar a ser un albergue. Las paredes estaban sin pintar y la cama de su habitación era apenas un colchón en el suelo. Todo muy hippie y a medio hacer.



En el baño me sorprendió que tenía instalada una ducha de hidromasaje, lo primero son los placeres del cuerpo.

Le agradecí el favor y nos sentamos un poco en la mesa y cuatro o cinco sillas que hacían de bar. Una nevera de hielos portátil, como las que utilizamos habitualmente en las playas, estaba a nuestra disposición con un letrero que invitaba al autoservicio a cambio de un euro por consumición. Curiosa forma de hacer negocio y sacar lo suficiente para instalar un nuevo albergue.

Se estaba bien al sol y de buena gana no me hubiera puesto en marcha. Aunque se había levantado una mañana fría y con niebla, esta había levantado y ahora era un día precioso.

Estuvimos sentados diez minutos pero había que continuar para tener toda la tarde libre para poder descansar. Caminamos despacio los últimos kilómetros, primero llaneando y al final con una brusca bajada llegar hasta el pantano sobre el Miño. El embalse estaba medio vacío y la sensación de altura del puente creaba un cierto vértigo.

Al final del puente subimos por las escaleras que dan acceso al pueblo, desde arriba la imagen del agua reflejando la luz del sol hacía una fotografía muy bella y relajante.

Llegamos juntos hasta el albergue moderno de Portomarín. No había nadie en la puerta, sellamos y nos registramos. Enseñé las instalaciones a Nacho y Melania.



Se sorprendieron de ver la habitación llena de literas vacías, éramos de los primeros. Nos colocamos al final reservando una para Alberto, que llegaba esta noche. Desempaquetamos las mochilas por primera vez en el camino y directamente a las duchas. Les sorprendió los baños, que aunque separados hombres y mujeres, no tenían puertas las duchas. Como llegamos de los primeros por lo menos estaban limpios. Melania se duchó sola y Nacho y yo también.

Terminado el aseo y estando en la habitación llegó un belga con una mochila enorme y antigua color caqui. El hombre era muy sonriente pero no logramos que soltara ni una sola palabra, ni ese día ni los días siguientes. Nos maravillamos que pudiera cargar algo tan pesado.

Eran las dos de la tarde y nos fuimos a comer a un restaurante al lado de la iglesia. Allí relajados comentamos las sensaciones y los dolores. Melania se quejaba de molestias en las caderas, como cuando caminamos por la sierra de Madrid, y Nacho de su rodilla no operada. Es normal que el primer día de camino las agujetas se manifiesten y que al segundo o tercer día desaparezcan. A mí la ducha me había dejado nuevo, no me dolía nada. Eso sí estaba cansado por la mala noche.

Después de comer nos sentamos un rato al sol a la puerta de la iglesia. Era un placer recibir los rayos sin el aire molesto. Nos entro sueño y nos fuimos al albergue.



Tenía intención de escribir un rato pero cuando llegué me acosté en la litera y en nada de tiempo caí en los brazos de morfeo sin poderlo remediar. También cayeron Melania y Nacho.

Fueron casi dos horas de profundo sueño. Cuando me desperté me costaba mover las piernas, era como si tuvieran una sobrecarga. Poco a poco me fui espabilando. Eran las seis de la tarde, habían sido dos horas de maravillosa siesta.

Melania y Nacho continuaban durmiendo pero lo desperté para que por la noche pudieran dormir bien.

Salimos a dar una vuelta por el pueblo. Había refrescado aunque todavía al sol se estaba cómodo. Llegamos hasta una cafetería con un mirador sobre el río. Espléndido lugar donde tranquilamente tomamos un café divisando el precioso paisaje. Nacho llamó a Alberto y le dijo que iba en el autobús camino de Orense. Llegaría sobre las diez de la noche.

De allí estuvimos viendo una tienda de regalos. Nacho compró tres enormes vieras, una para Melania, otra para Alberto y la tercera para él. Yo me negué a cargar una de ese tamaño, me bastaba con el pin de la asociación de Madrid.



Estaba con ellos paseando y pasando el tiempo hasta la hora de la cena. Cuantas veces he estado aburrido sintiendo la soledad en el Camino. Efectivamente, no tenía que estar pendiente de los demás pero ellos me daban entretenimiento y conversación. Cuando en el camino encuentras gente con la que te puedes comunicar se está muy bien, pero muchas veces, y sobretodo en esta época del año, en que abundan los extranjeros, lo más normal es que se esté sólo.

Quizás para evitar los momentos de soledad en pueblos que se recorren en pocos minutos prefiero seguir avanzando por la tarde, y no parar hasta las seis o las siete. Entonces, simplemente tengo tiempo para la ducha, la colada, dar un pequeño paseo, cenar y meterme en la cama a descansar. El camino es muy bello pero los pueblos suelen ser aburridos y faltos de vida, especialmente fuera del verano.

Fuimos a cenar temprano y después al albergue a esperar a Alberto. Había dos grupos de alemanes cenando. Estaban alegres y dicharacheros con su tretrabric de vino tinto. Nosotros nos sentamos a esperar, el resto se encontraba en la habitación intentando apagar las luces de la habitación. Recorrieron todo el edificio y no consiguieron hacerlo. La luz se apaga automáticamente a las once de la noche. Estaban enfadados y nos pidieron que cuando entráramos en la habitación no metiéramos ruido.



Curioso que quieran silencio cuando son los primeros que meten bulla en la mañana. También es cierto que los dos grupos de bebedores les daba igual las palabras de sus compañeros seguían hablando y riendo sin ningún tipo de control.

A las diez y media llegó Alberto en un taxi desde Lugo, no había ningún autobús a esas horas. Llegó para nuestra sorpresa con una pequeña mochila con una diminuta manta atada por fuera, no había traído saco. Apenas pesaba cinco quilos. Nada más llegar y sin cenar se apagaron las luces. Le tuvimos que indicar cual era su cama a oscuras. El pobre estaba agobiado pero obedeció y se subió a su cama sin tiempo para desnudarse o deshacer su "mochilita".

Así terminó el primer día. No tardé más de diez minutos en quedar dormido y, supongo, roncar después de un día largo pero auténtico de Camino.

12 de octubre. Segundo día de Camino.

A las seis y media me desperté por el ruido que hacía el belga con su gran mochila, pero no era el único. La noche estaba todavía cerrada y quedaba bastante rato en terminar de amanecer.

Los ruidos fueron incrementándose hasta que consiguieron despertar a todo el mundo. Intentaron dar la luz pero no lo consiguieron, seguía siendo automática y no se iluminaba hasta las ocho. Nos levantamos comentando las incidencias de la noche.

- ¡Macho tu roncas con potencia, pero no eras el único! Se montó a las tres de la mañana un buen concierto. – Comentó Alberto con buen humor.

Después de asearnos empaquetamos los trastos y salimos ya cargados para el desayuno en el primer bar que pilláramos.

La calle estaba todavía oscura y la niebla lo inundaba todo. Era un poco tétrico y se hacía inevitable acudir al bar más próximo para tomar un café con leche que nos terminara de despertar y nos calentara antes de caminar.



- Buenos días, deme un café y un croissant- Solicitó Alberto sin preocuparse lo más mínimo de lo que queríamos los demás.

Pedimos nuestro café y bollos mientras que terminaba de amanecer.

- ¿Has visto el regalo que te deje en la cama ayer?- dijo Nacho a Alberto.
- No, ni cuenta que me he dado. ¿Qué era?
- Una viera que te compramos Melania y yo.
- Seguro que se ha caído al suelo esta noche. Pero no importa tengo esta otra.

Me pareció un comportamiento un poco raro. A mí cuando me regalan algo me preocupo de dar las gracias y me sorprendió que no hiciera el más mínimo gesto de ir a por ella, apenas nos separaban 100 metros.



Terminé de desayunar y, mientras los demás concluían, me acerqué hasta el albergue a buscar la bolsa con la vieira. Efectivamente la encontré y se la llevé a Alberto. Cuando se la entregué no le prestó el más mínimo interés limitándose a sacarla de la bolsa y colgarla del cuello.
(Perdona Alberto si te ofendo pero fue como lo viví y no me gustó ese gesto)

Salimos y nos hicimos unas fotos junto al cruceiro. La niebla era muy fuerte todavía pero comenzamos a caminar despacio con dirección al puente de salida.

En el puente encontré una telas de araña sujetas sobre la barandilla mojadas con unas gotas de agua que no pude resistirme a fotografiar.

Pasado el puente comenzamos la subida entre los castaños. Para mí uno de los momentos del Camino más bonito. Las hojas recién caídas con su tonos ocres y dorados eran de una belleza maravillosa. La niebla daba un toque misterioso que era fascinante. Yo iba delante sacando fotos y mis acompañantes charlaban despreocupadamente de los ruidos varios producidos durante la noche, sin fijarse demasiado en el paisaje que estaban pasando.

A Melania ya no le dolían las caderas pero Nacho se quejaba de su rodilla. Me preguntaban como iban a ser las siguientes etapas. Yo sabía que las etapas iban en progresión, la de ayer la más floja y la del último día la más larga.

Según fuimos avanzando en la subida el bosque desapareció y la niebla poco a poco también. En algo menos de dos horas llegamos a Gonzar y comentamos que aquí debieron pasar la noche los brasileños.



El sol lucía espléndido y daba gusto caminar, la temperatura había pasado de fría y húmeda al salir de Portomarín a poder caminar en camiseta.

Llegamos a Hospital de la Cruz y paramos en un bar que con una terraza al sol era una auténtica tentación. Ya estaban sentados almorzando varios peregrinos, todos ellos extranjeros. Tuvimos que cargar un mesa y varias sillas al sol, a la sombra hacía demasiado fresco.

Se estaba muy a gusto descansando sin las mochilas y los bocatas fantásticos. Fue una hora de parada tremendamente agradable.

Después de esto reemprendimos la marcha ya mucho más suave hacia Ligonde.

Yo de vez en cuando me alejaba para poder disfrutar del ruido de la naturaleza sin las constantes conversaciones.



En el cruceiro de Ligonde paramos a sacarnos unas cuantas fotografías.

Maravilloso cruceiro al lado de un carballo grande y fabuloso que invité a que le rodeáramos con nuestros brazos. Los cuatro juntos no pudimos, debía tener más de siete metros de circunferencia. Allí tocando el árbol les invité a sentir la vida y a recibir la energía de la tierra pasada por sus raíces a un ser vivo maravilloso y único.

Se rieron de mis sentimientos pero le abrazaron por respeto. Yo estoy seguro que la energía se transmite de la tierra a los seres humanos.

Después de las fotos volvimos a caminar por una carreterita secundaria que os llevo a Eirexe, Portos y al final a Lestedo donde nos paramos a comer.

El restaurante era a su vez un albergue regentado por una señora. Tenía una terraza donde se podía disfrutar de un sol precioso de otoño.

Comimos dentro y el café lo degustamos al sol con los pies liberados del castigo de las botas. Fue uno de los momentos más placenteros del camino.

En ese rato sentados apareció un alemán de unos treinta años, que no sabía español. Estuvimos hablando en nuestro lamentable inglés. Era de Berlín y venía andando desde Roncesvalles. Nacho habló con él de su reciente viaje a Alemania.



Con los pies al aire y con el sol en la cara daba gusto disfrutar del descanso. Estuvimos cerca de hora y media sentados hablando de las sensaciones y momentos.

Sobre las tres y media reemprendimos la marcha de forma tranquila por la carretera tranquila. La tarde era magnífica para caminar aunque tanto Melania como Nacho se quejaban de sus dolores.

Tanto a uno como a otro se le habían desplazado los dolores. Su cuerpo se iba adaptando al sufrimiento diario que supone el camino. Unos dolores se superponen a otros y los últimos son los más notorios. Los músculos y articulaciones se quejan de un ejercicio al que no están acostumbrados, dando la voz de aviso al cerebro de que se están haciendo algo diferente.

Alberto no se quejaba, era su primer día y todo era nuevo, su pequeña mochila también ayudaba a no sentir molestias, aunque también era notorio el prurito virilidad que le obligaba a no manifestar los dolores.

Caminamos en cuestión de hora y media hasta Palas de Rei que nos recibió con su iglesia.

Yo iba delante y sin palabras entré a que me sellaran la credencial. Me siguieron unos alemanes pero no mis acompañantes. Dentro se respiraba paz y tranquilidad. El sacristán me invitó a ir a la sacristía donde se encontraba el sello, cosa que hice sin pensar.



Cuando salí estaban esperándome, suponiendo que entraba a rezar. Pese a que les dije que era posible poner el sello prefirieron hacerlo más tarde.

Las escaleras de bajada les costó muchísimo. Se les notaba que estaban ya cansados y doloridos. Cada peldaño era un “ay” de sufrimiento y de dolor de rodillas.

Enseguida llegamos al albergue. Nos sellamos la credencial y nos inscribimos. Como conocía el lugar subimos a la primera planta donde estaban abiertos dos cuartos, uno lleno y el otro con cuatro camas. Dos bajeras y dos en literas. Tres de ellas juntas en un rincón y otra encima del belga de mochila enorme. En esta última que estaba al otro lado me acoplé yo para que estuvieran juntos.

En la habitación había tres personas durmiendo la siesta, y el resto imagino que caminando por el pueblo.



El cuarto de baño es compartido por hombres y mujeres, y no tiene tan siquiera una cortina que resguarde del más mínimo pudor. Visto esto decidimos ducharnos primero y luego que lo hiciera Melania controlando que nadie entrara. El baño tiene una ventana sin ninguna cortina, de manera que desde la calle te pueden ver perfectamente.

Más que bien terminamos las abluciones y nos arreglamos para dar un paseo por el pueblo. Al salir vimos a un par de simpáticos alemanes que estaban en la puerta del albergue en un cuadro que me impresionó. Uno con los pies metidos en un cubo de agua y los dos con una botella de vino barato que bebían con deleite. Los volveríamos a ver en días posteriores dando cuenta de semejante néctar, para terminar durmiendo como ceporros.

Primero fuimos a la iglesia de nuevo para que sellaran sus credenciales. Luego nos sentamos un rato al sol en la barbacana de la misma. Había un par de bancos y un césped la mar de agradable. Estuvimos cerca de media hora disfrutando del sol que ya se iba poniendo.



De allí fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Terminamos después de apenas media hora en la plaza. Estábamos aburridos e intentando que pasara el tiempo para ir a cenar. Allí les expliqué que los momentos peores del Camino para mi era cuando tenía estos tiempos muertos en pueblos en los que no tengo nada que hacer, por ello me gusta alargar el tiempo caminando. Si estoy cansado me siento un rato en el mismo sendero y no tengo prisa en llegar, sobretodo cuando se que hay camas suficientes en destino.

Vimos a un grupo de alemanes compuesto de unos cuatro adultos y otros tantos niños, que habíamos visto esta mañana cruzando el puente de Portomarín y después en el almuerzo. Los chavales se entretenían columpiándose y los adultos charlando.


Cuando el sol marchó refrescó bastante y fue necesario utilizar el polar. A las ocho y poco fuimos a cenar en el restaurante que nos recomendó la hospitalera.

El bar daba a la calle pero el restaurante se encontraba en el sótano pero había un ascensor que aprovecharon Melania y Nacho, Alberto y yo bajamos por las escaleras. Nacho tenía fuertes molestias con su rodilla. Me preocupó un poco verlo, sabía de lo que nos esperaba los siguientes días y no habíamos llegado ni a la mitad.



Pensé que era mejor no preocuparse demasiado y dejar que el tiempo impusiera su poder. Sabía que siempre tendríamos a mano una locomoción.

No fue excesivamente apetitosa la cena, ni tampoco el lugar que nos correspondió, pero la conversación si fue agradable.

Nada más terminar nos dirigimos al albergue, hacia bastante frío. Cuando entramos ya había gente durmiendo. Cada uno se fue a su litera y en poco más de cinco minutos ya me encontraba durmiendo plácidamente.

13 de octubre. Tercer día de Camino.

La noche fue movidita, me desperté un par de veces y puedo jurar que había más gente que “soplaba” profundamente. También pude oír como Nacho hablaba en voz alta mientras soñaba. Definitivamente me desperté a las 6 de la mañana cuando mi compañero belga de la cama de abajo decidió levantarse. Aunque fue silencioso el movimiento de la cama me despertó definitivamente. No se donde irá tan temprano.



Durante la hora que quedaba para levantarnos aproveche para repasar mentalmente lo que llevábamos recorrido e intentar recordar lo que nos quedaba.

A las siete nos levantamos y salimos a la calle para iniciar la marcha. En un bar cercano desayunamos un café con leche y un bollo. Se habló de los ruidos nocturnos y de las incomodidades de este albergue. Aunque para ser sincero a mi no me pareció demasiado mal con excepción del baño, que necesita alguna mejora (cortina, persiana, ...).

Con la barriga llena caminamos despacio. Nacho había cargado la mochila de Alberto con algunas cosas para evitar el sobrepeso y que su rodilla se dañara más.

Hacia fresco y había una ligera neblina que después despejaría y dejaría un día claro y caluroso para ser octubre. Nacho iba caminando con los dos bastones superando las molestias. Melania iba bien caminado con soltura. Alberto no se quejaba de nada, como si el ejercicio no hubiera hecho mella en él. Yo me encontraba bien y sin molestias.



Los paisajes eran verdes, con castaños preciosos rodeados por un halo de bruma que daban un toque misterioso que me encandilaba. Muchas veces me adelantaba para poder disfrutar en soledad del paisaje y oír el ruido del campo.

En Casanova coincidimos con un grupo de minusválidos de la ONCE que estaban realizando el Camino. Llevaban tres coches de apoyo y eran unos veinte. Unos iban en bicicletas adaptadas, otros en tamden, y alguno en unos biciclos especiales. Todos estaban felices y obviaban su minusvalía con simpatía y buen humor. Todos son unos campeones que luchan por superar sus defectos físicos, para hacer lo que cualquier persona sin deficiencias. Aunque bien pensado todos tenemos deficiencias y a veces de las peores, que son la incomprensión y la intolerancia.

En este tramo Nacho cambió la mochila con Alberto, para aligerar peso. Su rodilla no andaba demasiado bien y cada cuesta abajo le hacía sufrir bastante, para arriba subía pero en sentido contrario era otro cantar.



El paisaje rural gallego lo llenaba todo. Es una tierra donde se funden los campos cultivados y ganaderos del hombre con un paisaje verde y arbolado, creando un equilibrio que no arremete contra la sensibilidad del caminante.

Sobre las once de la mañana llegamos al límite provincial y poco después a Leboreiro donde paramos en una terraza al sol. Se estaba tremendamente cómodo recibiendo los rayos del sol y tomando un café. A la propietaria la conocía de veces anteriores y estuvimos conversando de los peregrinos que pasaban. Estaba sorprendida que cada año se alargaba más la temporada.

Después del descanso continuamos caminando conversando amigablemente sobre los muchos extranjeros y las razones para realizarlo.

Un momento agradable fue la carrera que establecimos Alberto y yo poco antes de Furelos. Me encontraba bien y con fuerzas, le reté a correr simulando el trote que realizaba cuando hice el servicio militar. Melania y Nacho bastante tenían con caminar a su ritmo y aguantar sus molestias.



Alberto pronto se cansó pero yo continué unos cientos de metros más, estaba fuerte se nota mucho el gimnasio y los últimos años andando. Cuando empecé en esta enfermedad que es el Camino, recuerdo lo mucho que sufría el esfuerzo. No estaba acostumbrado al ejercicio y enseguida tenía ganas de parar. Ahora aunque me canso se administrar mejor mis fuerzas y soportar el dolor. Caminar es un ejercicio innato en el ser humano y el cansancio se supera con más un esfuerzo mental que físico. Los límites corporales son muy altos pero de vez en cuando mandan un aviso del esfuerzo a la cabeza y esta se pone en alerta y reclama la parada. Si se sabe entretenerla se puede seguir.

Pasamos el polígono industrial y posteriormente afrontamos la bajada que nos llevó al puente romano de Furelos.



Aquí coincidimos con unos ciclistas vascos con los que nos hicimos unas fotos. Estábamos todos de buen humor y entre bromas llegamos a la iglesia. Sellamos dentro mientras que el sacerdote y una paisana rezaban el Rosario. El templo es pequeñito pero muy acogedor. Recuerdo con agrado la luz sobre la puerta de la iglesia.

La entrada a Melide se hace un poco larga pero la recompensa fue muy satisfactoria. Nos esperaba Ezequiel y su pulpo. Era la una del mediodía cuando entramos al famoso local. Allí estaban dando cuenta de las viandas algunos de los compañeros, las familias alemanas, los vascos, la japonesa y Faustino.

Pedimos nuestra ración de pulpo y una ración de empanada para Nacho, me cuesta entender como no le gusta el marisco y lo que se parece a él, en este caso el pulpo (“polvo” en gallego). Alberto y yo completamos con una jarrita de barro con vino turbio del país.



Todo fueron risas y buenas caras. Hasta Faustino me pareció más entrañable.

Estuvimos cerca de hora y media sentados recuperando fuerzas en los bancos corridos de madera.

La vuelta a la marcha fue dura, el sol calentaba con fuerza y las piernas se resistían al esfuerzo. Pasamos por un par de sitios idílicos y tentadores. Uno de ellos fue un puentecito sobre un riachuelo. El lugar tenía grandes sombras y unas praderas verdes que tentaban la siesta y la contemplación.

Poco después pasamos una fuerte subida que nos dejo casi sin aliento llegamos primero a Parabispo y después a Boente. Allí paramos en la terraza de un bar a tomar una café. Con las cuatro credenciales me acerqué a sellarlas a la sacristía de la iglesia. El día seguía siendo espléndido aunque las fuerzas empezaban a fallar.

Salimos del pueblo con un sol que calentaba pero con una tarde magnífica. Nacho seguía sufriendo con sus rodillas. Íbamos despacio, notaba que el cansancio hacía mella en mis acompañantes.

Este tramo es un constante subir y bajar, en las subidas el ritmo disminuía pero en las bajadas las quejas eran mayores por los dolores.



En Castañeda le quité la mochila a Nacho colocándomela por delante, pese a las quejas de este. Era la de Alberto y pesaba bastante poco, aunque parecía incómoda la realidad es que equilibraba el peso y mi centro de gravedad se equilibraba.

Así emprendimos la subida por el bosque de carballos y eucaliptos. Ya no paré, marqué mi ritmo constante y poco a poco fui distanciándome de mis compañeros. Sabía que Ribadixo estaba cerca y allí les esperaría, quería que ellos decidieran si continuábamos a Arzua. Llegué al alto sudando pero continué a mi ritmo. En la pronunciada bajada anduve con cuidado, la mochila me impedía ver el siguiente paso.

Al poco llegué al Albergue, continuaba siendo uno de los más hermosos del Camino. El río, las praderas y los barracones hacer un lugar idílico y muy agradable de estar. Antes tenía el inconveniente de estar aislado, pero ahora han instalado un bar y se puede cenar y departir un rato con una cerveza en la mano.



Dejé las mochilas en la entrada y me acerqué hasta los servicios, la barriga no estaba bien del todo. Pude ver que había sitio de sobra y aunque mi intención era continuar hasta Arzua, para que mañana fuera más leve la etapa, ya de por si larga, decidí que no era nadie para tomar una iniciativa cuando estaban tan cansados.

Después de aligerar el vientre, volví al puente de entrada y vi como llegaban con Nacho cojeando y Melania con mala cara. Cuando vieron el lugar no dudaron, se quedaban. Encontramos un pabellón vacío y por la hora sería exclusivo para nosotros. Eran la santiguas cocinas. Las parees estaban forradas de piedra y en el techo se veían las vigas de madera. Había unas doce literas. A Nacho le entró una fuerte obsesión por las arañas de las paredes y colgó de una de las literas de arriba una bandera para no tener contacto con las paredes, aun así no le terminó de convencer el sitio. Mi sobrino es un poco delicado con los animalillos, ¡qué diferente a su tío!



Me duché rápidamente y mientras terminaban de arreglarse marché al río a contemplar el agua que fluía debajo del puente de piedra. Se respiraba paz y tranquilidad. En el prado de enfrente unas vacas lecheras pacían dando una armonía rural que satisfacía el ánimo y relajaba los sentidos.

Metí los pies en el agua helada, al principio sentí un profundo dolor pero poco a poco me fue relajando las tensiones. Los pies lo agradecieron y descansaron.

Cuando estaba en estas llegó Faustino, que estaba ubicado en uno de los barracones cercanos. Seguía hablando y hablando a todo el mundo y ahora tocaba disertar sobre los beneficios del agua helada. Invitó a dos o tres peregrinos a meter los pies y a mi me fastidió mis cinco minutos de paz y relajo. Con tanta afluencia no me quedó más remedio que volver al barracón y huir de la multitud.

De vuelta vi que Nacho seguía dando vueltas a su problema con los animalitos. Yo encendí la calefacción y colgué la ropa de la colada para que se secara. Nacho me regaló una de sus camisetas de GES. Se lo agradecí pensando que en caso de frío sería una cosa más a utilizar.



Como los dos caballeretes alargaban su acicalamiento Melania y yo marchamos al bar a tomar en la terraza los últimos rayos del sol.

En la terraza disfrutamos de un cierto reposo mientras que según el sol se marchaba la temperatura bajaba notablemente. Nuestros amigos alemanes daban cumplida cuenta de una botella de “tintorro” como era su costumbre desde que los conocimos en Portomarín. No les faltaban las rusas y las chapetas en las caras.

Llegaron Alberto y Nacho y nos metimos para ver el partido y cenar. Nos acompañó Faustino capitalizando toda la conversación, centrándose en su afición taurina. Había sido banderillero y conocía todo el mundo, tanto del mundo del toro como de fuera. Me resultaba un poco agobiante y del partido prácticamente no nos enteramos.

Gracioso fue cuando dijo que tenía un sobrero de vaquero de John Wayne, regalado por su hijo en Méjico. Me pareció un pobre hombre que necesitaba protagonismo y encontró a unos que le escuchaban e incluso alguno que se fascinaba con las cosas que contaba.



Particularmente me parecía cargan y lo que puede ser una conversación agradable donde todos participan se convirtió en un monólogo egocéntrico. Me sorprendió que Alberto y Nacho se fascinaran tanto por este personaje, además le daban “correa” para que siguiera con sus aventuras.

Nada más terminar la cena y el partido me fui al dormitorio ya estaba cansado de escuchar ese alarde de palabrería.

Hacía frío y mañana abría que abrigarse. Me preparé las cosas y antes de meterme en la cama ya estaban de vuelta mis sobrinos y Alberto.

Nacho seguía con la obsesión de las arañas, que yo no vi. Llegó al extremo de arrastrar una de las literas y llevarla al centro de la habitación. La pobre casi se descoyuntó. Melania se enfadó y se acostó en la cama de arriba de mi litera.

Apagamos las luces y tanto Nacho como Alberto estuvieron un rato cuchicheando y riéndose en voz baja. Yo al rato me quedé dormido y dejé de oír.

14 de octubre. Cuarto día de Camino.

Hoy en principio iba a ser una etapa larga hasta Monte del Gozo por eso a las siete puse el despertador, no había que perder tiempo, más sabiendo el paso lento y las múltiples paradas que haríamos.

Rápidamente me levanté y di la luz. Fui al baño y pude comprobar el frío, humedad y niebla matutina, el estar al lado del río se notaba. A las siete y media salíamos del albergue, éramos de los primeros. La noche estaba cerrada y la niebla apenas permitía ver una decena de metros. Tuve que hacer uso del polar y del cortavientos, y aún así el frío se metía en el cuerpo.



La subida hasta Arzua se hizo lenta y con alguna recriminación por el uso de la bandera y por mi forma de pensar respecto a los símbolos. Alberto no comprendía el que pensara que las banderas donde mejor están es en sus mástiles y que era mejor no hacer uso excesivo de ellas.

En esta y tras pasar la cuesta de entrada llegamos a las calles observando como la niebla quedaba abajo y empezaba a amanecer. Fue inevitable hacer fotos de este paisaje otoñal.

Ya en las calles llegamos a una cafetería pastelería justo cuando metían los dulces y las tartas.

Tomamos el café y unos croasanes recién hechos auténticamente apetitosos, fue un auténtico placer. En mañanas frías es muy importante tener el estómago caliente. Pese al amanecer frío se notaba que iba a hacer calor.

Nacho se quejaba de su rodilla y Melania también. Ya empezaba a repercutir el esfuerzo, era el cuarto día para ellos y las fuerzas no eran muchas. Ayer había pinchado la primer ampolla a Melania, aunque era pequeña y no la molestaba demasiado. Alberto iba bien y no se quejaba de nada pese a llevar la mochila de Nacho bien cargada hasta con cosas de Melania. Esta y la mía pesarían unos nueve quilos y las otras dos unos cinco o seis.



Nada más salir del desayuno volvió Alberto al tema de la bandera.

Llegamos a la plaza de Arzua donde paramos a hacer algunas fotos. Alberto sacó la bandera y se puso ante la cámara con ella. Era como si me retara de todos lo comentarios que le había hecho. Como no comentaba nada hubo un momento que me la puso por encima. Salió mi genio y no pude refrenar y tiré de ella con manifiesta violencia. Reconozco que tenía que haber respondido sin tanto ímpetu y por ello me siento culpable, pero siempre me ha sentado mal que me impongan cosas sin razonar.

Estuvimos otro largo rato hablando de la bandera y ninguno dio su brazo a torcer.

El día había terminado de amanecer y amenazaba con ser un gran día. En este tramo preferí ir sólo meditando y calmando mi espíritu después de la discusión.

Llegamos sobre las once a Salceda donde esperé a mis compañeros. Tomamos el almuerzo. Recuerdo el bocata de lacón como enorme y la empanada de Melania exquisita.

A las once y media volvimos con pereza a la tarea de patear caminos.



Hice cálculos de lo que nos quedaba a Monte del Gozo y sabía que llegaríamos justos de día si no se hacía de noche.

Vimos el desvío del pueblo de la tía Tere, Touro, y paramos a hacernos una foto para mandársela por teléfono, le haría ilusión recibirla hoy en su nonagésimo tercer cumpleaños (¡93 años!).

Pasamos el alto de Santa Irene y llegamos al albergue. Allí sellamos y descansamos un rato. Ya estaban instaladas u par de inglesas que amablemente dieron a Nacho un antiinflamatorio. Esta parada duró unos veinte minutos.

Salimos por un bello bosque de eucaliptos. La tensión matutina se había esfumado y hablábamos de las sensaciones camineras.

Melania y Alberto no terminaba de comprender como se podía estar un mes caminando pudiendo gastar las vacaciones en otros lugares sin tanto esfuerzo e incomodidades. Estaban cansados y pasando el cuarto día, donde el cuerpo empieza a notar los esfuerzos.



Nacho aunque decía que le gustaría hacerlo entero empezaba a comprender lo que suponía.

Recuerdo que durante un rato estuve hablando con Melania de sus ilusiones como recién casada y de las expectativas de futuro. Sabía que cuando no se piensa en el esfuerzo se hace más corto el tiempo.

Llegamos sobre las tres a Arca. El bar no tenía comidas y me acerqué al cruce para ver si había alguno abierto. Efectivamente estaba él que utilicé la primera vez que hice el camino. Dejé la mochila y volví a por los otros. Renqueantes y con pocas ganas los llevé hasta el restaurante cargando alguna de sus mochilas.

Sólo estaban ocupadas un par de mesas. Alberto tomó callos con garbanzos y después cordero, ¡puf una bomba caminera!. Yo una ensalada y cordero y los otros sopa y raxo. Es decir, potente comida casera y creo que un poco inadecuada para un caminante que debe continuar por la tarde.

Se comió con places y con buen humor, lo duro fue ponerse en marcha una hora después. Yo iba echando cuentas de a que hora llegaríamos y dudaba que lo hiciéramos antes de las ocho, ya seguro de noche.

Volvimos a parar en el bar sin comida a tomar un café que bajara las viandas, cosa que no fue suficiente.



Salimos muy despacio disfrutando del bosque de eucaliptos iluminado por los rayos del sol que se filtraba entre las hojas. El suelo era dorado por las hojas secas del otoño. Era hermoso. Melania empezó a no sentirse bien y a marearse.

Tuvimos que parar en un par de ocasiones para que reposara del mareo. No debimos comer tanto. Pensé en coger un taxi pero ella con un cierta cabezonería quiso seguir andando. Yo cogí la mochila y ya no la solté hasta el final del día, era mejor que caminase libre de carga. Yo me encontraba bien y todavía con fuerzas.

Fuimos si cabe más despacio y con una cierta preocupación. Según pasaban las horas todos teníamos un mejor buen humor por ver tan cerca Santiago.

La zona del aeropuerto se hizo interminable con sus vueltas y revueltas, subidas y bajadas. Ya tenía decidido parar en Lavacolla y mañana hacer los últimos 10 kms. Llegamos sobre las siete y cuarto de la tarde al hotel. Era necesario que descansaran bien. Se les veía muy agotados, incluido Alberto.

Reservamos dos habitaciones una para la pareja y la otra para Alberto y para mi. Ningún lujo pero estaba bien (50 euros por habitación).

Después de la ducha reparadora bajamos a estirar las piernas y parecíamos un cuadro e quejas y cojos. Renqueantes llegamos hasta la plaza y nos hicimos unas fotos en el quiosco de la música. No había mucho más, intentamos tomar un café en algún bar pero todo estaba cerrado. Nos volvimos al hotel, hacía frío y la niebla empezaba a aparecer.



Ninguno cenó habíamos comido demasiado fuerte, nos limitamos a tomar un vaso de leche y unas magdalenas.

Estando en el bar apareció Faustino que también estaba hospedado en el hotel. Acababa de cenar y se quejaba del dolores en las piernas y en los aductores. Curioso que no le vimos caminar en todos estos días. Quedamos en salir juntos al día siguiente.

A las diez estábamos en la habitación dispuestos a dormir plácidamente entre sábanas blancas. El día había sido duro pero se había conseguido llegar y la meta estaba a sólo diez kilómetros. Me hizo gracia que Melania y Nacho me pidieran los sacos pues decían que las sábanas estaban húmedas, yo no noté nada.



Me dormí rápidamente sabiendo que mañana sería el último día que caminaría en compañía. Yo seguiría en el camino pero este ya no sería igual. Un poco de tristeza me llenó el pensamiento. Cada situación es única y hay que aprovecharla lo máximo posible.

15 de octubre. Quinto día de Camino.

Nos despertó el reloj puntualmente a las siete. Había dormido como un lirón, nada extraño en mi. Me levanté y avisé a la habitación de al lado. Melania y Nacho ya estaban despiertos.

Preparamos las mochilas y bajamos a desayunar un café con bollos. Allí se encontraba Faustino haciendo lo propio, estaba eufórico y parlanchín.

Todavía estaba oscuro y la niebla era profunda y espesa. Recuerdo las caras de ilusión por el fin cercano, ya no había dudas que en un par de horas nos encontraríamos en Santiago.

Caminamos a buen ritmo emprendiendo las últimas subidas que nos llevaron hasta las instalaciones de la Televisión Gallega.



En algún tramo aceleré para disfrutar del día nublado en los últimos kilómetros sin escuchar la conversación entusiasta de mis acompañantes. La niebla daba un aspecto misterioso que removía sentimientos y recuerdos. También me apenaba terminar una vez más. Sabía que esta vez no era un fin durante meses, sino un punto y aparte que en dos días reiniciaría en Pola de Lena, terminando el Salvador e iniciando el Primitivo Allí la soledad me acompañaría y sólo estaríamos el Camino y yo, teniendo largas conversaciones con el recuerdo, la naturaleza y la vida.

Ya en las instalaciones de televisión española nos volvimos a juntar y llegamos al mastodonte monumento del Monte del Gozo.

Recuerdo a tres jóvenes franceses haciendo el cabra subiendo a la parte alta del monumento. Alzándose unos sobre los otros lograron que uno de ellos ascendió a la parte superior. Lo peor fue la bajada que la hizo arrastrándose por la piedra con un serio riesgo para su integridad. Terminó con algún que otro arañazo.

El día ya estaba despejado pero todavía no podía verse Santiago. Nos hicimos las fotos de rigor y continuamos a tomar café en el bar de este enorme campo de vacaciones.

Ya empecé a sentir que se había acabado y me convertí en un mochilero en un centro turístico. Marchamos hacia la ciudad con la sensación del deber cumplido y la tarea realizada.



Las calles nos saludaron con ruidos y coches, los paso se aceleraron para recorres los últimos metros.

Miré en las caras de mis acompañantes si las sensaciones que tenían eran equivalentes a las que tuve la primera vez que llegué a Santiago. Estaban eufóricos y satisfechos por el reto vencido. También es cierto que cada persona es diferente y lo expresa de formas variadas.

Hicimos el recorrido habitual, fotos, recogida de compostela, abrazo del santo y Misa del peregrino. La iglesia estaba a tope y nos colocamos en la nave lateral derecha, pudiendo ver como volaba el botafumeiro, lo había pagado una representación de la orden de Malta en Italia, también ellos hicieron la presentación al santo.

Aquí si pude ver la emoción en sus caras, es una bonita terminación observar el bamboleo hasta el techo de este artilugio que servía para ambientar las catedrales.

Después marchamos a comer con unos amigos de Nacho en donde no fallo Faustino.

Antes de la comida cogí habitación y me acerqué a la estación para reservar billete para el día siguiente.



A las seis y media me despedí de mis acompañantes y me quedé en soledad pensando ya en la siguiente andadura y con un sentimiento de soledad muy fuerte.

Cada camino es diferente y este fue una experiencia que recordaré siempre. Nunca olvidaré los pasos dados con mis sobrinos y amigos. Perdonar si en algún momento defraudé vuestras expectativas pero tener por seguro que puse todo mi entendimiento y conocimiento para que fueramos felices.

FIN DEL RELATO